Año 1910
Óleo sobre lienzo, 29 x 33 cm París, Musée d'Orsay

Pierre-Auguste Renoir - Rosas en un jarrón

Renoir realiza a partir de 1896 numerosos estudios de rosas, flores que lo fascinan por su fragante materia cromática, además de la alusión a la belleza femenina, cuyos secretos más íntimos parecen simbolizar.

En una de las conversaciones mencionadas en la biografía de Ambroise Vollard (1918) el pintor confiesa que muchos fragmentos pictóricos con rosas surgieron como estudios de color para sus desnudos: al parecer coloca las flores junto a los desnudos femeninos porque, durante su búsqueda de la tonalidad idónea para representar la epidermis, dispone el empaste casi instintivamente en forma de rosa, dando de ese modo una razón concreta a una analogía puramente simbólica.

Es curioso y sintomático que en esos mismos años Monet, inmerso en su jardín de Giverny, pinte con devoción panteísta sus nenúfares, mientras Renoir, en la naturaleza mediterránea de su casa de Les Collettes, en CagnessurMer, coloca rosas junto a los desnudos de mujer, sirviéndose, por decirlo así, de la flor para representar lo que más le interesa, la belleza femenina.

Como ya en los tiempos en los que, en las riberas del Sena, pintaban uno al lado del otro los mismos motivos con distintos resultados, una vez más los dos grandes pintores captan diferentes aspectos de imágenes análogas: para uno la pintura se torna abandono ante las solicitaciones del cosmos, para el otro es la ocasión de crear una "naturaleza humanizada", de regalar al espectador unas formas que están en plena armonía con el verde, el azul, el rosa que lo rodean y que están condicionados en su sustancia, como ya ocurría en el periodo impresionista, por la luz que emana de estos colores.