Año 1908
Óleo sobre lienzo, 23 x 39 cm Burdeos, Musée des Beaux-Arts

Pierre-Auguste Renoir - Las fresas

Por la total inexistencia de contenidos literarios, la naturaleza muerta es uno de los géneros predestinados por derecho propio a las experimentaciones formales de los impresionistas,: pensemos en las calibradas composiciones de Henri FantinLatour (amigo de Renoir desde los tiempos en que ambos acudían al taller de Gleyre), que continúa exponiendo en el Salón aunque sigue próximo al grupo impresionista, y en Édouard Manet, que da repetidas pruebas de su capacidad para captar las vibraciones tonales y la atracción sensual de las flores y hortalizas que pinta.

 Desde su actividad juvenil como decorador de porcelana. Renoir pinta con notable maestría y virtuosismo técnico, naturalezas muertas de flores: en su periodo "impresionista", el pintor tiende a abandonar estos temas en favor de unas amplias panorámicas de la vida moderna y de los retratos.

En los años noventa, con la vuelta a la pintura de interiores hogareños, acomete de nuevo el cultivo de la naturaleza muerta, de la cual este cuadro es un ejemplo de gran calidad. La representación de las fresas, además, da a Renoir ocasión de hacer uso de diversas tonalidades de rojo, su color preferido estos años para reproducir las carnaciones de niños, desnudos femeninos, rosas, como escribe John Rewald: "Con su decidida predilección por el rojo, desde los esfumados rosáceos de las carnes hasta el tono purpúreo de las rosas, gustaba de captar el fluir de las formas vivas, modulando este color en una amplia gama de gradaciones, modelando los volúmenes con una pincelada menuda, que testimonia, además de su profunda sabiduría, su inmediatez, su frescura indestructible".