Año 1888
Óleo sobre lienzo, 76 x 94 cm, Amsterdam, Van Gogh Museum

Vincent van Gogh - La Casa Amarilla

Van Gogh tomó en alquiler la Casa Amarilla de Arles cuando esperaba la llegada de Gauguin, con la esperanza de que pudiese convertirse en el "estudio del sur", la sede de una comunidad de pintores vanguardistas. A pesar de tratarse de un edificio muy sencillo tanto que el zuavo Milliet no entendía que se pudiese hacerlo protagonista de un cuadro, en la interpretación de Vincent la casa adquiere personalidad: las persianas verdes que destacan del revoco amarillo sugieren casi ojos en una cara humana. La manzana en que se hallaba la casa está encuadrada desde la esquina, delimitada a la derecha por la calle que, pasando bajo la vía del tren, conducía fuera de la ciudad; a la extrema izquierda se entrevé la Place Lamartine, donde se encontraba el café más veces representado por el pintor. El cuadro es una especie de sinfonía en amarillo, el color más amado por Van Gogh en este período, símbolo del sol del sur de Francia: si se exceptúan algunas fachadas verde pálido, los árboles de los bordes de la plaza y la inclusión del toldo rosado del edificio contiguo a la casa del artista, la representación se basa enteramente en una serie de amarillos claros, con los que contrasta la franja de cielo, de un azul intenso. Es amarilla también la calle, así como los montones de tierra procedente de unas excavaciones. Estos últimos tienen también una precisa función visual: su disposición paralela, siguiendo dos diagonales, señalan los ejes que guían al observador en la lectura de la imagen. El tono general del cuadro da la impresión de una hora de mediodía, con el sol en vertical, pero para animar la amplia escena Vincent ha introducido una serie de figuras, distribuyendo las pequeñas siluetas alrededor de los edificios. A lo lejos se ve un tren cruzando el puente ferroviario. El humo blanco de la locomotora recuerda un tema muy caro a los impresionistas y representado por Monet en una notable serie de imágenes.