1925
Óleo sobre lienzo,
97 x 146 cm
París, Musée National d’Art Moderne, Centre Georges Pompidou

Miró - Siesta

Miró nos ofrece aquí otro de los maravillosos esfumados de azul que tantas veces aparecen en sus cuadros. En las huellas de los gestos que han generado ese azul, el fondo revela su falta de homogeneidad y se torna transparente, móvil, vibrátil. Podría ser cielo, nube o mar. Se ha perdido ya todo contacto con la realidad; es el color el que adquiere poder, el que deviene comunicativo, junto con formas y líneas y la escritura.

Precisamente la línea subraya, evidencia, se yuxtapone al color con su propia sensibilidad y potencia. Las letras de un lenguaje hasta ayer desconocido forman enigmáticas fusiones: letra y número. Los escasos elementos que se recortan sobre el fondo no hacen sino acentuar la tridimensionalidad obtenida.

A pesar de la fantasía poética sugerida por el cuadro y la apariencia de una pintura incontrolada y nacida de un gesto instintivo, los estudios preparatorios de este cuadro, como de muchos otros, atestiguan su carácter reflexivo, su cálculo de las relaciones recíprocas hasta un equilibrio perfecto. Los cuadros del artista brotaban desde luego de su mente, pero se debían siempre a impulsos que partían de la realidad. Miró, a diferencia de los demás surrealistas, no estimulaba su creatividad con alcohol y drogas; se limitaba a dejar que las asperezas del soporte pictórico crearan imágenes. En el surrealismo, Miró redescubrió la poesía que tenía dentro de sí y que continuaría nutriendo.

En junio de 1925, la galería Pierre expuso, con una insólita inauguración a media noche, todas las obras pintadas por Miró en París. El público fue muy numeroso y hubo gran curiosidad por la dificultad para relacionar al pequeño pintor catalán, vestido aquella tarde con impecable estilo oficial, con su obra.