1792
Óleo sobre lienzo, 267 x 346 cm Madrid, Museo Nacional del Prado

Francisco de Goya - La boda

Se trata, como en el caso anterior, de una obra de la serie de cartones para tapices destinada al despacho de Carlos IV. En esta pintura aflora por fin la crítica social de Goya de una manera ya inequívoca: se estigmatiza el matrimonio de interés de una joven hermosa pero de origen modesto y un hombre rico y brutal, de aspecto simiesco. La polémica contra los matrimonios de conveniencia estaba a la sazón muy en boga, ya en la sátira ya en la producción teatral, por impulso de intelectuales ilustrados que querían sensibilizar a la sociedad en este tema. El propio Moratín, amigo de Goya, lo trata en tres piéces más o menos contemporáneas a este lienzo y tituladas El barón (1787), El viejo y la niña (1790) y El sí de las niñas (1805). Reaparecerá en los Caprichos acentuando su carácter de vanitas. Vemos el cortejo nupcial que vuelve de la celebración del matrimonio; el entorno natural es eliminado, dominan las figuras en la composición, en la que la arcada del puente sirve para encuadrar en una luneta de luz las figuras, que se recortan en ella reagrupadas en el rehundimiento del terreno, que complementa la curva del puente (el cual, entre otras cosas, tiene el significado alegórico del paso de una condición a otra). El marido, con su chillón traje rojo púrpura, divide la escena en dos: detrás de él vienen los parientes de los esposos, mutuamente satisfechos por la ganancia adquirida con el contrato matrimonial, que ha asegurado a unos la estabilidad económica y a otros una bella nuera para su deforme hijo. Delante del marido camina la esposa, que más que sufrimiento parece expresar indiferencia y parece, al fin y al cabo, también complacida por su nuevo estatus, tanto que no quiere ni dirigir la mirada a las amigas pobremente vestidas, que la rodean sonrientes.