Año 1887
Óleo sobre lienzo,
34 x 41,5 cm
Baltimore, The Baltimore Museum of Art

Vincent van Gogh - Un par de zapatos

En los comienzos de su carrera, Van Gogh había probado fortuna con naturalezas muertas de zapatos. La opción obedecía a más de un motivo: por una parte, se trataba de un tema relativamente simple, que ofrecía al artista, todavía no seguro de sus propios medios, una posibilidad para ejercitarlos; por otra, lo dispensaba de la necesidad de encontrar modelos, cosa no siempre fácil, sobre todo a causa de las estrecheces económicas de Vincent, que en más de una ocasión se había lamentado escribiendo a su hermano de las dificultades que tenía para pagar a quienes posaban para él.

La versión del museo de Baltimore fue ejecutada en París algunos meses después de llegar el artista a la capital. A pesar de su aparente banalidad, la obra demuestra con qué atención seguía Van Gogh las novedades de la pintura contemporánea. La composición, que el corte diagonal de la mesa hace dinámica, se torna aún más vivaz gracias a las rápidas pinceladas con se representa el paño azul, que casi parece deslizarse debajo de los zapatos. El artista, ya fascinado por la libertad de factura de los pintores románticos Delacroix y Monticelli, comenzaba a fijarse también en los impresionistas, con sus colores luminosos y el uso de encuadramientos movidos, no rigurosamente frontales. En comparación con el período holandés, el colorido se ha aclarado; con el azul se combina un marrón claro y aparecen aquí y allá toques de blanco para aclarar la superficie.

Van Gogh presta notable atención a la luz, que torna móviles las superficies y que el artista utiliza para describir algunos detalles, como las cuerdas retorcidas, la piel gastada, el grosor de los clavos de las suelas. El fondo oscuro, por el contrario, parece trazado con un pincel de punta más fina que forma una serie de cuadrados o rectángulos, de una manera que recuerda las incisiones. Aquí Vincent recurre a su experiencia de dibujante y a su pasión por la gráfica, a la que se había dedicado especialmente durante su estancia en La Haya, en la cual había proyectado ganarse la vida haciéndose ilustrador.