1917
Óleo sobre lienzo, 130 x 88,8 cm París, Musée National Picasso

Picasso - Retrato de Olga en un sillón

Mientras estaba en Roma con los Ballets Rusos en febrero de 1917, Picasso conoció a la bailarina Olga Kokhlova, de la cual se enamoró, hasta el punto de seguirla durante varios meses en la gira a Madrid y Barcelona; cuando la compañía marchó a Sudamérica, los dos decidieron quedarse en Cataluña. Nacieron entonces muchas obras, tanto naturalistas como cubistas, frecuentemente con Olga como modelo. El retrato parece una "vuelta al orden" y a las normas académicas. El dibujo de líneas sinuosas, que define con minucia de detalles los motivos de las telas, recuerda el estilo de Ingres. La transparencia del vestido, que resbala de los hombros de la mujer, la tela que cubre el sillón y los colores vivos y como tallados del abanico confieren al retrato una elegancia y un equilibrio nuevos en la obra de Picasso. El pintor prefiere captar el pensamiento de Olga, que va más allá de los límites espaciales y físicos del lienzo, más que su aspecto exterior. Esta síntesis, que busca una comprensión intelectual de la realidad, aísla el sujeto como objeto. Olga está lejos del espectador y también de quien la está retratando, perdida y absorta en sus pensamientos. El cuadro tiene todavía el aspecto de un collage, aunque no lo es; la figura de la modelo y la del sillón parecen despegadas, realizadas en momentos distintos, sobre soportes distintos y luego, en un momento posterior, pegadas. La figura de Olga se caracteriza por su aspecto plano, sin peso ni espesor. Junto con la butaca parece flotar en un espacio inexistente.