1973
Acrílico sobre lienzo, 200 x 200 cm Barcelona, Fundació Joan Miró

Miró - Mayo de 1968

No hay nada más alejado del Miró supuestamente pintor de figuras ingenuas y estrafalarias que los cuadros, esculturas y litografías que realizó en los últimos quince años de su vida: con renovado ceño, Miró, a los ochenta años, se atreve a todo para lanzar de nuevo su grito de rebelión contra un arte que nace no para hacernos descubrir realidades olvidadas sino para transformar un pensamiento que se expresa en un producto comercial. Es grande su disgusto, al igual que la reacción que provoca; el cuadro, dedicado a las revueltas estudiantiles en París del 68, muestra las huellas de una repentina batalla; el color ha sido literalmente lanzado contra la superficie del lienzo, hay marcas de manos y un cromatismo muy vivo nos hablan de un Miró todavía dispuesto a destruir todos los códigos de comunicación adquiridos hasta entonces. En el efecto obtenido, es como si el artista hubiese hecho una obra y luego la hubiese anulado, borrado, destruido, bajo el lanzamiento salvaje de los colores. La línea negra y temblorosa ha perdido la fluidez poética de las obras inmediatamente anteriores para retorcerse sobre sí misma, como en un gesto dinámico y de rabia. Desde 1968 hasta 1983, año de su muerte, el artista se aparta por completo de la modalidad conocida para verter en sus obras la representación de su energía y de su voluntad de ruptura de todas las formas de orden que aplanan e impiden ver, incluyendo el orden que pudiera nacer de la ya lograda armonía del lenguaje estilístico y personal del artista.