1948
Óleo sobre lienzo, 76 x 96 cm Nueva York, colección particular

Miró - El sol rojo se come a la araña

En este cuadro, como en otros, no encontramos una relación directa entre el título de la obra y lo que en ella se representa, lo que demuestra que la habilidad de Miró está justo en extraer inagotables posibilidades de invención y combinación de un único universo poético. Esto es una prueba más del lazo, ya indisoluble, del arte de Miró con la poesía. Los colores experimentan una ligera variación a causa del tono del fondo, sobre el cual, por ejemplo el amarillo, al superponerse, pierde su luminosidad natural. La línea ha perdido su elegancia y su papel de puente entre una figura y otra. Además, se ha hecho más gruesa, dando lugar a formas que recuerdan ciertos ideogramas del arte oriental, al que el artista se sentía cada vez más cercano por su gracia y su capacidad de sintetizar mútiples significados semánticos en un solo signo. Las formas aparecen extrañamente aisladas como en un diálogo solitario, unos ojos magos observan y el símbolo de la feminidad está siempre presente abajo a la derecha. En esta obra observamos un nuevo matiz del estilo del artista. Cambiar y experimentar es, para Miró, un modo de seguir aprendiendo, uno de los instrumentos que le permiten aumentar gradualmente sus capacidades expresivas, pero también su modo de concebir la realidad que lo rodea, enriquecida por los aspectos insólitos, entre el juego y la magia, que caracterizan su arte. En conjunto, la obra ha adquirido rasgos difíciles de descifrar: se conserva el equilibrio entre color y forma, creador de un efecto grato que hace pensar en un universo encantado al que cada vez nos lleva Miró de la mano y en el cual se refleja la inspiración poética del artista.