1812-1814
Óleo sobre tabla, 82,5 x 52 cm Madrid, Real Academia de San Fernando

Francisco de Goya - El entierro de la sardina

Es la fiesta del Miércoles de Ceniza, fúnebre mascarada por la muerte del Carnaval, en el cual la locura colectiva de la época carnavalesca se revive por última vez antes de la austeridad de la Cuaresma. El pueblo no tiene rostro, baila sin compostura bajo la enseña luctuosa del mascarón de sonrisa descoyuntada, erigido aquí en símbolo de las fuerzas incontenibles y ocultas que se desbordan sin freno en el país desgarrado por las atrocidades de la Guerra de la Independencia. La muchedumbre parece borracha, arrastrada por el torbellino de la orgía; en ropaje de diablo, disfrazados con pieles de animales, enmascarados en una grotesca bufonada, hombres y mujeres bailan, se abrazan, gritan, como inconscientes títeres movidos por hilos invisibles y malignos. En esta frenética alucinación coral, Goya establece un punto de referencia ineludible para los truculentos desfiles carnavalescos del belga James Ensor, violento y visionario precursor del Expresionismo de Die Brücke [El Puente]. La posición de Goya ante el carnaval era sin duda una mixtura de atracción y repulsión: ciertamente, le habría encantado la inversión de papeles que desencadenaba, la parodia de la jerarquía, la mezcla de figuras pintorescas, de alegoría, de vitalidad. Sin embargo, los frecuentes excesos, el violentos desbocarse de estas fiestas sin duda despertaban su típico temor de una crecida de fuerzas caóticas destinadas a producir incontrolables resultados de destrucción, no diferentes de los que la Guerra de la Independencia ponía ante sus ojos en aquellos años.